El agua es sagrada como la vida

Rescatar la mirada de estos relatos tradicionales en el Siglo XXI tiene sentido por cuanto la sacralización de la naturaleza ha funcionado en las comunidades originarias como una barrera a la depredación y contaminación. Pero también es importante reconocer en la cosmovisión pre-hispánica de América el sentido comunitario del uso del medio físico. El medio natural se conserva para garantizar la vida de los que vienen. Esta forma de vinculación entre el hombre y la naturaleza ha permitido el desarrollo de culturas que doblan y triplican en edad a las civilizaciones de Occidente.

La cultura occidental ve en la naturaleza algo que hay que dominar, desconoce la armonía con el medio como fuente de sustentabilidad y reclama mayores grados de comodidad sin preguntarse las consecuencias de seguir trepando en esa espiral.

El uso sustentable de los recursos no es compatible con la agresión al medio, con la perspectiva extractivista, con el despilfarro o el hedonismo a ultranza. Vale decir, quien avale con su discurso el cuidado y el respeto a la naturaleza no puede respaldar - sopena de ser considerado mendaz o manipulador – la degradación de la vida en los ríos, el agotamiento de los acuíferos, la extinción de las especies, la contaminación del aire, la amenaza a la vida en la tierra.

Detrás de un mito o un ritual hay más que una versión religiosa: hay una cultura, una tradición, una concepción del significado del agua que es importante rescatar en una época signada por la crisis de los recursos y de los valores.

Nos dice Omil, A. (1998:18): "Frente a la desacralización de la naturaleza, frente al deterioro, a la polución, a la amenaza de la aniquilación que viene de tan lejos y se acrecienta día a día, los mitos, leyendas y relatos orales que la involucran, lejos de ser un tema arcaico y obsoleto, configuran un grito de alerta y una permanente fuente de conocimiento de tanto valor como las del conocimiento objetivo. No en vano los planteos de los ecologistas y futurólogos de hoy hacen juego con antiquísimos mitos y leyendas: no contaminar el agua, defender los bosques, respetar el aire, los animales, las plantas y hasta las piedras, ver en ellos seres vivos, con sensibilidad y ¿ por qué no? con lenguaje y con historia."

Podemos ejemplificar analizando el "mito occidental" del ciclo hidrológico. Casi no hay ningún manual de hidrología o hidráulica, que no incluya una representación gráfica y numérica, sobre lo que se ha denominado el "ciclo hidrológico". También hay una extensa difusión en todos los niveles del sistema educativo. Pocas veces nos hemos puesto a ver que lo que se nos presenta como un ciclo – frecuentemente dibujado como una esfera con pasos sucesivos, realmente se parece más a una trama, a una red intrincada de caminos que sigue el agua al pasar por la atmósfera, biosfera, litosfera, estando permanentemente en movimiento y siempre tomando varios caminos al mismo tiempo. Los cambios de estado - líquido, gaseoso y sólido – le permiten seguir dos o más caminos a la vez.

Puede parecer muy duro calificar de mito, lo que aparece como una simple representación didáctica para entender los procesos que se muestran. ¿Cuál es la razón, para que no adoptemos la misma actitud con el conocimiento que poseían nuestras culturas originarias?

La construcción de este conocimiento tiene una larga historia. Nos dice Nace, R. (1978): "La noción central de la hidrología es el ciclo hidrológico, es decir la circulación constante del agua a través del sistema océano – atmósfera – tierra – océano. Los océanos son a la vez fuente y destino final de toda el agua que circula en el mundo. Sin embargo, la noción quedó exactamente definida hace unos 300 años, no siendo enunciada plena y claramente hasta un siglo después". En su artículo, el autor hace un recorrido por la historia, para intentar dar fechas a la utilización del agua en distintas culturas.

Acepta que las civilizaciones más antiguas "surgieron en regiones áridas y semiáridas", idea que cada día está más cuestionada. Ubica la irrigación, 5000 AC, en algunas regiones de Asia sudoccidental. Hacia el 4000 AC aparecen ciudades rodeadas de tierras de regadío.

Los sumerios tuvieron su florecimiento unos siglos antes del 3000 AC, vinculado con el regadío en las llanuras Mesopotámicas. Los egipcios por la misma época hacen riego desde el Nilo. Hacían observaciones sobre las crecidas anuales del mismo antes del año 3000 AC, siendo estas las medidas hidrológicas más antiguas del mundo.

Las primeras mediciones de lluvia se registran en la India para el Siglo IV AC. Aunque en China se efectuaban observaciones meteorológicas hacia el año 1200AC y para el 900AC "existía ya una concepción dinámica del ciclo hidrológico, pero por aquella época China no ejercía influencia alguna en el pensamiento occidental". Los antiguos griegos dieron un impulso importante a esta ciencia en Occidente.

Pensaban que el universo está sometido a un orden y que, por consiguiente, es inteligible.

Aristóteles (384 – 322 AC) creía que el agua de los ríos se formaba esencialmente mediante una transformación del aire en agua en grandes cavernas subterráneas frías. Según él, la lluvia no podía constituir sino una débil proporción del caudal de las corrientes de agua.

Lamentablemente estas ideas, que perduraron 2000 años, fue el obstáculo que impidió que se descubriera el ciclo del agua y su dinámica.

Los ingenieros romanos también desconocían el ciclo hidrológico, aunque uno de ellos Marco Vitrubio Polio, formuló una tesis no aristotélica: el agua evaporada forma nubes y la lluvia procedente de éstas penetra en el suelo y vuelve a surgir en el suelo. Estas ideas se pierden en el Siglo IV antes de nuestra era y se producen unos mil años de estancamiento en Europa. Recién con el Renacimiento vuelven a aparecer ideas referidas a la hidráulica, cuyo exponente máximo es Leonardo De Vinci (1452 – 1519). Éste se interesó más por la hidráulica que por la hidrología, aunque muchas de sus ideas eran coherentes con lo que conocemos del ciclo del agua actualmente. En Francia, Bernard Palissy publicó en 1580 un libro que afirmaba por primera vez en la historia que las fuentes se alimentan únicamente de las aguas de lluvia. Para 1654 se instala la primera red meteorológica internacional.

Pierre Perrault (1611 – 1680) estudia con mayor detalle las relaciones de las lluvias, las crecientes del río y los niveles de los pozos para la cuenca del Río Sena. Aún faltaba completar el aporte de la evaporación del mar.

Fue el astrónomo Edmund Haley (1656 – 1742) quien completa la idea. En 1687 mediante una experimentación muy rudimentaria, calcula por primera vez la evaporación marina.

También avanza con los conceptos de evaporación y transpiración desde la superficie terrestre, debido a lo cual hay una parte de las precipitaciones que no circula por las corrientes de agua. Ambos científicos, aún con cálculos muy rudimentarios, pusieron de manifiesto la noción de ciclo, que recién cien años más tarde iba a quedar confirmada.

El aporte de hidrólogos de distintos países europeos, consolida los conceptos y mejoran las cuantificaciones de las distintas componentes del ciclo hidrológico, para el final del Siglo XIX. Los Balances hídricos por cuencas, países y continentes llegan a mediados del Siglo XX, de la mano del Decenio Hidrológico Internacional (1965-1974).

¿Será que el relato del ciclo hidrológico, que llevó tantos siglos construir, nos producirá la misma emoción y certeza que el relato del ciclo del agua de los Tehuelches del Sur de nuestra América?

¿Será que podremos reconocer en las ofrendas al agua de los pueblos andinos, que se hacían con conchas marinas (mullu), un simbolismo del ciclo del agua?

Podríamos imaginar las fechas de ambos mitos: el del ciclo hidrológico y el ciclo del agua. El primero se construye desde 1650 D.C. al 1750 d.C. y el de los aonik-enk 12.000 A.C. hasta su sometimiento en el 1900 D.C. El primero nos habla de flujos y acumulaciones y remata con la noción de balance hidrológico, el segundo nos habla de la posibilidad de vivir que llega con el agua y remata con una referencia -invitación a la vida armoniosa de todos los seres.

Fuente: UNESCO, 2006. La Cultura del Agua. Lecciones de la América Indígena. Ramón Vargas (autor). Serie Agua y Cultura del PHI-LAC, N° 1. (Texto tomado de las páginas 152, 153 y 154).